PONENCIA DEL PROFESOR JORGE BUTERA EN EL PRIMER CONGRESO DE LITERATURA


ASOCIACIÓN DE ESTUDIOS HUMANÍSTICOS


Jorge Norberto Butera

¿Didáctica de la Literatura?
Consideraciones sobre la experiencia a nivel de aula


PRIMER CONGRESO DE LITERATURA


A Ricardo Ayabar que me emocionó con sus lecturas.


San Miguel,  3 de septiembre de 2016.



ESTRUCTURA DE LA EXPOSICIÓN
1.    ¿DIDÁCTICA DE LA LITERATURA?
2.    EXPERIENCIA PURA. EL AULA
3.    DESCREER DE LA DIDÁCTICA DE LA LITERATURA
4.    EL ESPECTADOR ANTE LA OBRA
4.1.         HISTORIA FÁCTICA / HISTORIA DEL ARTE
4.2.        LO CLÁSICO Y LO BARROCO
4.3.        LOS PARES DE OPUESTOS DE WÖLFFLIN
4.4.        EL AUTOR Y SU CONTEXTO ARTÍSTICO / HISTÓRICO
5.    BORGES Y LA FÍSICA CUÁNTICA
6.    INTERESES DEL ALUMNO
7.    EL DOCENTE LECTOR / NARRADOR
7.1.        EL FAMOSO PROGRAMA DE ESTUDIOS
7.2.        LA EVALUACIÓN
8.    A MANERA DE CIERRE










¿ DIDÁCTICA DE LA LITERATURA?
Ignoro el motivo que han tenido los organizadores de este Congreso para cometer el desliz de invitarme a exponer en el mismo, sabiendo de antemano que descreo en términos generales de lo que se da en llamar “Didáctica de la Literatura”. En realidad descreo de ella en sentido estricto, si es que partimos del concepto tradicional del vocablo griego “didaktikós” como el “arte de enseñar”.
¿Se necesita un “arte” para enseñar Literatura que es en sí misma un “arte”? Quizá lo ideal sería pensar en una serie de recursos que quienes hemos elegido la tarea de enseñar podamos desplegar para que otros accedan al contacto, contemplación y eventual análisis de un texto escrito.

EXPERIENCIA PURA. EL AULA.
No vengo hoy aquí a acercarles ofertas bibliográficas. Sí pretendo transmitirles experiencias de aula vividas a lo largo de más de 44 años de haberlas transitado con el afán de formar lectores sensibles, capaces de admirarse una y otra vez ante las voces de escritores que nos hayan hecho reír o llorar, coincidir o rebelarnos hasta el paroxismo, enamorarnos o indignarnos,  en una palabra sentir plenamente la experiencia de la lectura y de la vida de un ser que piensa, quiere y siente.
Formulo esta advertencia inicial porque lo que presentaré no constituye una fórmula infalible, sino una visión a “vuelo de pájaro” como suele decirse, sólo de algunas aristas de este vasto campo.
Es por supuesto una selección de temas antojadizos y sobre cada uno de ellos ustedes podrán investigar, profundizar, ampliar según sus propios intereses.

DESCREER DE LA DIDÁCTICA DE LA LITERATURA
Al haber anticipado mi descreimiento con respecto a una Didáctica de la Literatura, no he querido de ninguna manera menospreciar las disciplinas de nuestros colegas de Ciencias de la Educación. Desde ya que implícita o explícitamente todos los que entramos a un aula en el rol de enseñantes llevamos con nosotros un bagaje de objetivos, propósitos y buenas intenciones. Y además planificamos con mayor o menor intencionalidad los contenidos que desarrollaremos.
No me refiero a eso al decir que descreo. No. Quiero decir que existe una imposibilidad de arranque si se pretende pensar que dar clases es poner en práctica un recetario infalible. No lo hay. Los mismos recursos, los mismos textos producirán efectos dispares en distintos grupos, tiempos y lugares. Ya sea por los intereses que los motivan o las realidades contextuales y fácticas a las que pertenezcan. 








EL ESPECTADOR ANTE LA OBRA
La obra literaria, como hecho artístico es uno de los elementos de esa terna indisoluble: AUTOR-OBRA-ESPECTADOR (LECTOR) común a todas las artes. Sean  artes plásticas, como la pintura, el grabado, la escultura,  la arquitectura o nuestra Literatura.
Me animaría a afirmar con pequeño margen de error que existen tantos Quijotes como lectores  lo  aborden.
La tarea del lector - espectador se verá trastocada cuando autores como Julio Cortázar, por ejemplo, crearon la posibilidad de transformarnos en lectores-participantes como lo hace en su novela “Rayuela” y hasta se da el gusto de burlarse de los mismos con invenciones de palabras y hasta de lenguajes, como en “La inmiscusión terrupta” cuento de “Último round” de 1969. Está escrito en  “gíglico, un lenguaje inventado por él y que también usa en el capítulo 68 de “Rayuela”. Muy recomendable para pensar qué decimos, qué queremos decir, cómo lo hacemos, qué inventamos al decir, si significa algo lo que decimos, qué nos comunica y nos incomunica de nuestro lenguaje.

 Aquí va el texto:
 “Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.
– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.
o el burlón final de  “Los Premios” donde Cortázar remata la novela con un dístico de versitos extraídos del lenguaje popular y casi irreverentes al oído: 
“Nadie con el tejo daba.
Y yo con el tejo di”

HISTORIA FÁCTICA/ HISTORIA DEL ARTE
Por supuesto que también es necesario que un autor y su obra sean ubicados en un contexto fáctico: un lugar y una época determinados. De lo contrario sería muy difícil comprender las motivaciones que  llevaron a escribir sobre tales o cuales temas o a exhibir determinado estilo.
Por supuesto que se pueden leer las “Coplas a la muerte de su padre Don Rodrigo” de Jorge Manrique y conmoverse ante la entereza del poeta ante la partida de un ser querido y admirado.
Pero también es cierto que se lo podrá comprender mejor si supiéramos acerca de la influencia que el autor ha recibido de la filosofía estoica en general y de Séneca en particular del cual tomo una sentencia que resume su actitud frente al ineluctable final del camino de todo ser humano: “Todo nos es solicitado por la muerte” y en Manrique ese tema aparece en:





Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.
 o de su formación cristiana a través de lecturas bíblicas como la del Libro de Job donde queda explícita la igualdad ante la muerte, que Manrique presenta en una de las más conocidas de sus coplas:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Y hacia el final, a partir de la copla XXXIII el uso del conmovedor tópico medieval de la Danza de la Muerte usado en otras artes como el grabado por Hans Holbein, el Joven, en “El triunfo de la muerte o en Alberto  Durero, por ejemplo en “El caballero, la Muerte y el Diablo” y hasta en la música muchos años después en la “Danza Macabra”  de Camille Saint-Saëns o incluso  en los costumbristas festejos mexicanos del “Día de muertos” y hasta en el cine del siglo XX con “El séptimo sello” film de Ingmar Bergman de 1957 o con actores con presencia por cierto, menos macabra, como Brad Pitt y Anthony Hopkins en ¿Conoces a Joe Black? de 1998.
Manrique lo presenta así:[…]
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta;
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte
a llamar a su puerta
diciendo:”Buen caballero.
Dejad el mundo engañoso
Y su halago;
Y más adelante responde el Maestre Don Rodrigo, para cerrar el abrazo con la Muerte:
Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura.
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura.”
Lecturas todas que nos hacen comprender la resignación ante el dolor pero también la esperanza en la existencia de una vida eterna, superior a la terrenal y la de la fama por la que transitamos los hombres desde el punto de partida (el nacer) hasta el final (el morir).
Es importante el análisis pero ante todo está la conmoción del lector ante un texto que lo hace vibrar por sí mismo y no lo logra por estar escrito en versos de arte mayor o menor o en coplas de pie quebrado como en este caso, sino por el valor intrínseco de la palabra.
Una colega y amiga que dicta Historia del Arte en un Instituto terciario, me contaba que en medio de una clase sobre Arte Bizantino, mostró una vista de la Iglesia de Santa Sofía en Estambul. Y mientras analizaban las características de estilo, una alumna, como toda reflexión ante la imponente imagen, le preguntó cuánto medía el diámetro de la cúpula. Una pregunta tan racional ante una maravilla arquitectónica hace que se derrumbe el concepto de belleza al que apuntan las obras de arte. ¿Es más importante un poema por la cantidad de sílabas de sus versos? ¿O es la musicalidad y la belleza de las palabras y de la impresión que nos provocan? De esa diferencia está hecha la reflexión a la que quiero apuntar hoy.



LO CLÁSICO Y LO BARROCO
Alternadamente se suceden en la Historia de la Humanidad , lo que permite ¿por qué no?, extenderlo a la Historia del Arte la supremacía y alternancia de lo clásico y lo barroco. De una época en que las reglas y las normas parecen regir la totalidad del pensamiento y de los actos a las etapas de explosión de las libertades más absolutas. De ese eterno pendular se ha nutrido la Historia de los pueblos y también la expresión artística.
Apliquemos a la Literatura y a la Música por ejemplo, ese paso del Romanticismo al Modernismo y su expresión plástica-musical del Impresionismo.
De esas cosas, por ende, se alimenta,  lo que podríamos llamar la Historia de la creación Literaria.

LOS PARES DE OPUESTOS DE WÖLFFLIN
Recomiendo aquí la lectura del punto de vista del suizo Heinrich Wölfflin uno de los más importantes críticos de arte.
Definió la historia del arte como una historia más bien independiente del contexto social, económico o religioso a través del Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del XVII. Si bien él lo aplica a las artes plásticas sus conceptos podrían extenderse perfectamente a la totalidad de la creación artística.   Prefiere hablar de una "historia de los estilos", "la vida íntima del arte" (Renacimiento y Barroco). Analizó las diferencias de estos dos estilos insistiendo en que a finales del siglo XVII se produjo un cambio semejante pero de sentido inverso, una "vuelta atrás".



EL AUTOR Y SU CONTEXTO  ARTÍSTICO/HISTÓRICO
Toda obra además debe ser comprendida dentro no sólo de las influencias estilísticas de una época sino del contexto fáctico, de la situación política, social y económica de una época y un lugar determinados.
¿Cómo podría comprenderse si no, el “Facundo” o “Civilización y barbarie” de Sarmiento? Esa obra ineludible de la Literatura Argentina no es sólo una descripción de la naciente República y un anatema al caudillaje y al gobierno de Rosas sino que es un verdadero programa progresista y fundacional de la nación a mediados del siglo XIX cuando la Argentina estaba aún en pañales.

BORGES Y LA FÍSICA CUÁNTICA
Otro tema lo constituyen los escritores cuyo universo cultural y creativo es tan amplio que les ha sido dado  el don de la anticipación.
Pensemos en Julio Verne y sus viajes espaciales en pleno siglo XIX  o en nuestro país en Jorge Luis Borges.
El caso de Borges nos permite descubrir por ejemplo en sus textos, anticipaciones asombrosas del campo de las Ciencias duras, como la Matemática y la Física, por no ir más lejos.
En el cuento-ensayo “La doctrina de los ciclos” de “Historia de la Eternidad” y fechado en el Salto Oriental en 1934, Borges se refiere a la hipótesis  del matemático ruso George Cantor sobre el infinito y la teoría de conjuntos que recién va a ser conocida en Argentina muchos años después. Eso significa que Borges conocía la teoría casi treinta años antes de su divulgación en nuestro país.                   
Y ni hablar de otros temas anticipatorios de lo que hoy llamamos Física Cuántica, rama ésta que se encuentra aún en formación.  Sin embargo el Maestro Borges la presenta ya en “El jardín de los senderos que se bifurcan” o en “La Biblioteca de Babel” donde queda planteado el principio de incertidumbre que es uno de los postulados relevantes de la Ciencia, a partir de Einstein y luego de Heisenberg, su creador.
¿Qué otra idea que no sea la de incertidumbre nos plantea un laberinto? Y para Borges en el centro del mismo el ser se encuentra con su destino definitivo. Los remito al “Poema Conjetural”: en el momento final de su vida y antes de ser degollado, Francisco Narciso de Laprida se encuentra con el centro de su laberinto. Ha comprendido la totalidad de su vida.
La idea de los planos imperceptibles por los seres humanos, más allá del espacio y tiempo que rigen nuestros sentidos más elementales es analizada en esos textos en los que Borges nos plantea que quizás a nuestro lado y sin que lo percibamos porque están justamente en otro plano, se encuentran Platón o el maestro Sócrates dialogando con sus discípulos. ¿Ficción, videncia, percepción? No tenemos –por ahora- las respuestas.







INTERESES DEL ALUMNO
Pasemos ahora al aula. A pensar en nuestros alumnos. En su realidad. En sus intereses.  Prejuzgar la reacción que tendrán nuestros discípulos ante un texto es inadmisible. Desde ya que nuestro propósito será siempre el de motivarlos y lograr que esa motivación sirva de acicate a la reacción del grupo y de cada uno de sus integrantes.
¿Puedo saber de antemano cuál sería la experiencia de estar frente al retrato de “La Gioconda o Mona Lisa” o ante la escultura de la “Victoria Alada de Samotracia” en medio del Museo del Louvre?
Desde ya que no. Unos se sentirán emocionados por estar dentro de ese Palacio del Arte universal; otros por tener frente a sí esa obra monumental que tantas veces vieron en ilustraciones escolares; un tercer grupo por la impresión sensorial que le provoca: un color, una forma; otros por toda esas cosas simultáneamente y quizás muchas más, impensadas.

EL DOCENTE LECTOR / NARRADOR
Surge aquí la importancia del docente. ¿Cómo presentar el texto? Ya dijimos al comienzo que no hay una receta.
¿Impreso y para leer en silencio? ¿Compartiendo una lectura oral por parte de los alumnos? ¿Una lectura con análisis del contenido ya sea a medida que se avanza o al final? ¿Una lectura fuera del aula y posterior comentario? Todas son válidas con sus pros y sus contras. Pero hay una actitud mágica que todo ser humano guarda en su interior. La alegría y la emoción de recibir el texto a través de una  lectura oral por parte del docente o, si se atreve, a una narración.
Para esto se necesita una lectura expresiva o una narración casi dramatizada en sus tonos. Que permitan trasladar al oyente a ese mundo mágico de ficción que desde la más lejana antigüedad ha conmovido a niños, adolescentes y adultos. ¿Qué otra cosa es el teatro?

EL FAMOSO PROGRAMA DE ESTUDIOS
Pero si de Didáctica se trata, no podremos eludir el tema del “programa”, “diseño curricular” o como quiera denominárselo en distintos momentos y lugares.
El docente de enseñanza media de Literatura tiene una carga horaria que oscila entre 2 y 4 horas de cátedra semanales según las especialidades que elijan los alumnos a partir del ciclo superior, lo que tradicionalmente llamamos 4° y 5° años.
Un docente, en cambio del nivel terciario, que dicte alguna cátedra de las distintas Literaturas (Argentina, Hispanoamericana, Europeas, etc.), ya sea en sus formas clásicas o en el formato de seminarios tendrá también un número determinado de horas a las que deberá adaptarse para armar la enumeración de sus tópicos o contenidos.
¿Cómo lo encarará? ¿Qué criterios utilizará? ¿Se basará en un enfoque de temas universales: la muerte, la ambición de poder, el amor, la Naturaleza…? ¿Hará una Literatura comparativa: la Antígona de Sófocles, la de Jean Anouilh, la de Bertolt Brecht y nuestra Antígona Vélez de Leopoldo Marechal? ¿ O confeccionará un programa cronológico relacionado con los movimientos artísticos que se sucedieron secuencialmente a través de los siglos? 
Son preguntas que no podemos responder aquí. En principio porque estarán supeditadas a las decisiones oficiales, institucionales o departamentales de cada establecimiento. Sea cual fuere el camino a transitar deberán tenerse en cuenta la relación entre los aspectos de tiempo y fundamentalmente de intereses de las distintas franjas etarias y académicas.
No será la misma intensidad la que apliquemos con un grupo de adolescentes que deben atender otras asignaturas simultáneamente que la que brindemos a quienes han elegido una carrera especializada: profesorados, licenciaturas.
Estas verdades, que parecen de Perogrullo no siempre son tenidas en cuenta por los docentes y por eso me parece oportuno mencionarlas.  

LA EVALUACIÓN
Vamos llegando al final del proceso educativo y nos enfrentamos inevitablemente con el tema de la evaluación.
Creo que en Literatura más que en otras disciplinas, es difícil poder hablar de evaluación como sinónimo de calificación.
Tengo aquí más que respuestas, una serie de preguntas y reflexiones para dejarles.
¿Puedo evaluar las emociones que sentirá cada uno de mis alumnos ante un poema? ¿Tiene sentido calificar la memoria de los nombres de los protagonistas de una novela o de una obra de teatro? Y mucho más terrible: suponer que es importante saber con precisión el año de nacimiento o muerte de un autor.


Creo en la reflexión de cada lector, en el sentimiento volcado en el valor que cada uno le dé a un verso, una metáfora o una imagen creada con palabras. Y eso no puede traducirse en un frío número de aprobación o reprobación.

A  MANERA DE CIERRE
En varias oportunidades en mis cátedras de Metodología de los profesorados de Enseñanza Primaria o en el de Letras, he preguntado a mis alumnos qué actividades se les ocurriría plantearles a sus alumnos después de una lectura. Las respuestas eran no sólo múltiples y variadas. Algunas eran tradicionales y no por ello menos eficaces. Otras más audaces y renovadas. Las escuchábamos y las comentábamos entre todos.
Finalmente yo les decía algo que los dejaba atónitos. También puede no hacerse absolutamente nada.
¿Es necesario tener que hacer algo después de leer un poema o un cuento? Rotundamente, no.
¿O acaso cada vez que miro un cuadro o escucho una sinfonía o a los Beatles me pongo a escribir y analizarlos? No. Simplemente los disfruto y eso es lo que propongo hacer con la Literatura: gozarla, admirarla, disfrutarla. No sea cosa que terminemos vacunando a nuestros alumnos contra la lectura.
Y ahora sí, para terminar, quiero rendir homenaje a uno de mis maestros y mentores que allá por 5° año del magisterio, entró al aula y casi sin presentarse nos leyó este cuento de uno de los mejores narradores argentinos contemporáneos. Es el regalo final de mi exposición.

CONEJO
De Abelardo Castillo
Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
se le anegase en el profundo de la mar.
MATEO, XVIII: 6
No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes colorados, redondos. Caras de bobas, eso es lo que tienen.
A mí no me importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés nene y puro acariciar, como cuando te enfermás y andan tocándote la frente, que parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y en­tonces todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteo­jos se cree muy vivo, y es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe porque juego con vos, míren­lo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué sabe él. Los gran­des también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tran­quilo y les decís mira lo que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo.

 Ni te explican ni nada. Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.
Yo me acuerdo cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco, más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, tomá, me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas vos aden­tro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta para nada a mí, mirá la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que tu padre. Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean, bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa, claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un ju­guete como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes. Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá. Ella contaba cuentos, a la ma­ñana sobre todo, que es cuando nunca está enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en se­guida te andan gritando patadura, andá al arco querés, y malas pa­labras y hasta delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no traés a tu hermanito para que atajen jun­tos, y se reían. Por vos me lo dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te trajeron a propósito a vos, por los dientes.
Ellos vinieron todos, como cuando la pulmonía. Y puro ha­cer caricias ahora, se piensan que uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la ba­sura esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o anduviera buscando camorra como siempre y no que vi­niera a decir esa porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de rega­lo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba. Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser. Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenes que quererlo mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos. Anda a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella también. Y después puro regalar conejos, sí.

Se creen que uno no se da cuen­ta, como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí, para ha­blar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo cuando me río. Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.
Y al final a nadie se le importa un pito de los dientes, por­que yo te quiero lo mismo y te quiero porque sí, porque se me an­toja. No porque ella te trajo y mejor si no va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que tenés no es na­da linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura, que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ga­nar es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada, por más que te arranque el brazo y te escu­pa todo, y vos te creés que estoy llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga todo el aserrín por la ba­rriga y te quede la cabeza colgando, que para eso tengo el tren y los patines y…


Gracias.

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