LA TAN NOMBRADA ESCUELA PÚBLICA
Me formé en una escuela de
gestión pública. La primaria la hice en el Distrito Escolar 8°; la secundaria y
el nivel terciario en el “Mariano Acosta”. Trabajé en escuelas públicas como
suplente, interino y titular. Como maestro de grado, profesor de niveles medio
y terciario y ocupé cargos directivos.
Nunca pensé que una gestión
anulara la eficacia de la otra. Hay escuelas de gestión privada de todos los
matices y niveles. Como las públicas. Ni más ni menos.
La reacción de sentirse
agredido cuando en una evaluación salta la realidad es una actitud adolescente.
El negarse a ser evaluado es una mezcla de temor y soberbia. Temor a que se
descubra que el nivel de nuestros alumnos no está a la altura mínima deseada y
la soberbia de pensar que lo que hacemos no es criticable. Y así fuimos
destruyendo lo que decimos defender.
Los resultados de las
evaluaciones de octubre de 2016 fueron lapidarios. La realidad nos cacheteó
fuerte. Aunque todo era previsible. ¿Por qué si no, padres, docentes y algunos alumnos
se negaban a responderlas?
Las causas de una baja
calificación no son de origen inmediato. Vienen de años de desidia. Y la
modificación a aplicar tampoco dará frutos de improviso ni mágicamente.
Los funcionarios, los
docentes, los padres y los alumnos –vale decir todos los actores del proceso
educativo- deberán replantearse sus roles. Aplicando políticas educativas en
las que se fomente y se premie el esfuerzo. Volviendo a las exigencias sanas a
través de las cuales sean promovidos los que alcancen los objetivos mínimos.
Capacitándose constantemente y no olvidando el valor de los contenidos. Una computadora
o una calculadora en las aulas no crearán la capacidad comprensiva ni
sustituirá el razonamiento previo a la
aplicación de cálculos elementales.
La tarea en las aulas es
insustituible. La de los escritorios, sí.
Comentarios
Publicar un comentario