109. LA TORRE DE BABEL (Hablemos con “e”)

Toda la Tierra hablaba una misma lengua y usaba las mismas palabras. Al emigrar los hombres desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: «Hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego». Emplearon ladrillos en lugar de piedras y de betún en lugar de argamasa; y dijeron: «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra». Pero Yahveh descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros».
Así, Yahveh los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel,​ porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.
Génesis 11:1-

Uno de los temas más apasionantes de la Historia de la Humanidad es determinar el origen de las lenguas. Las distintas religiones han buscado un punto de partida divino para explicarlo. Desde un punto de vista histórico-científico se ha tratado de determinar cuál fue el tronco común del cual surgieron las posteriores ramas. Se supone –en teoría-  un tronco indoeuropeo pero no hay pruebas tangibles de su existencia. Quizás el sánscrito sea una de las lenguas más antiguas registradas de la que se hallaron testimonios, hoy aislados.
Como sabemos, el Castellano (siglo XI) tiene su proveniencia directa del latín y éste fue influido, a su vez, por el griego. Y así sucesivamente acercándose al tronco base. Pero a la vez las ramas siguieron creciendo y nuestro idioma fue recibiendo a través de los siglos influencias de otras lenguas, el árabe (siglos VII al XV), el francés y el inglés (siglos XIX/XXI…).
Cada lengua responde por una lógica socio-cultural a determinadas reglas que fueron siendo asimiladas y en algunos casos cambiadas por las normas académicas y las normas de uso.
Ahora bien, ninguno de esos cambios fue impuesto por la fuerza. Hay lenguas que no tienen “Academias” que rijan su morfología y su sintaxis. Otras, como el español, sí la tienen pero el hablante común no tiene acceso cotidiano con sus disposiciones. La familia y también la escuela son las que transmiten esas normas.
La morfémica española determina la formación del género y el número de los sustantivos basándose en el origen de las palabras al que nos referimos al comienzo.
Que una directora de escuela se dirija a sus alumnos con la expresión “Buenos días, chiques”, podrá ser una elogiable actitud militante de feminismo pero es a la vez un acto de ignorancia puesto de manifiesto de manera pública y ridícula.
Haber reemplazado la “o” y la “a” por una @ o por una “x” es tan absurdo y erróneo como lo anterior (niñ@s ,niñxs).
La costumbre de los pedagogos y algunos pseudointelectuales españoles que impusieron el uso de ambos géneros en plural, con ejemplos como “los señores diputados y las señoras diputadas” hacen los textos tanto orales como escritos, agotadores y aburridos.
Eso sin entrar en el detalle de recordar que hay sustantivos femeninos terminados en /-o/ (la radio, la mano) y femeninos terminados en /-a/ (el aleluya, el mantra).
En síntesis, que no nos ocurra como en la Torre de Babel y un día amanezcamos cada uno hablando nuestra propia lengua. Porque si ahora nos cuesta bastante entendernos los unos a los otros, mejor no pensar qué podría ocurrir entonces.

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