30. CALOR
Hay una anécdota que involucra a Don
Jacinto Benavente (1866-1954), Premio Nobel de Literatura en 1922. Se cuenta
que lo perseguían con preguntas de toda índole (personales, literarias,
cotidianas…) que él respondía con humor ácido e irónico. Un joven se acercó y
le dijo en un día muy caluroso del verano madrileño: “Don Jacinto, ¿qué me dice
usted de la calor?” y él respondió de inmediato: “Que es masculina, jovencito,
que es masculina”.
Vamos ahora a la historia muy particular de este
sustantivo. Deriva del latín “calor-caloris” y que en esa lengua era de género
masculino.
Al comenzar a transformarse la lengua
latina y aparecer las lenguas romances o neolatinas, no había reglas estrictas
en cuanto a la normativa. Coexistían las formas ambivalentes “el calor” y “la
calor”.
Incluso en algún romance antiguo
aparecen los versos: “¡Ay por mayo, era por mayo / cuando face la calor” […]
A partir de la creación de la Real
Academia Española de la Lengua (1713) se fija para la palabra “calor” el género
masculino, respetando el de su origen latino.
En 1980, la RAE provoca una reacción
inesperada para los hispanohablantes. En su edición del Diccionario, indica la
ambigüedad de género para el trajinado sustantivo.
Las Academias latinoamericanas
asociadas a la Española, “protestan” por considerar un vulgarismo el uso “la
calor”.
Finalmente en 1982, sólo dos años
después del “desliz” normativo, la Academia emite una enmienda al artículo
correspondiente a la palabra en cuestión y le restablece su categoría
morfológica de género masculino.
Don Jacinto tenía razón.
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